Apenas a 130 kms al oeste de Las Grutas, por la ruta nacional 23 que une esta localidad con San Carlos de Bariloche, esta Valcheta, el pueblo que resguarda el bosque petrificado mas cercano a Buenos Aires y que ahora muestra sus mejores ejemplares después de 90 millones de años.
En el museo, recientemente reciclado, se exhiben huevos de dinosaurios hallados durante la construcción de la ruta nacional 23, la cual está llamada a convertirse en el principal corredor bioceánico, entre el Pacífico y el Atlántico.
A solo 2 kms del pueblo, un circuito liderado por Rosa nos lleva a conocer palmeras y árboles tipo “araucarias” que exponen ejemplares fosilizados durante el Cretácico. Tuvieron más de 35 metros de altura pero ahora desenterrados por un grupo de aficionados a la paleontología sirven para que todos los visitantes disfruten del lugar. La silueta de los árboles insinúa que junto a ellos las ramas todavía no fueron desenterradas, mientras que el Museo Valcheta exhibe en sus salones los frutos y dátiles de las palmeras en un verdadero abanico de colores.
CIEN AÑOS EN LAS VIAS
Los arbustos bajos permiten adivinar que poco menos de 3 kms del bosque está la Estación de tren de Valcheta. Inaugurada por el Presidente Figueroa Alcorta en 1910, es considerada entre los amantes de los ferrocarriles como “la estación mejor conservada de todo el país”. Pequeña pero coqueta, recientemente pintada para la celebración de sus primeros 100 años, una pizarra pintada y colgada en los años ´30, denuncia que estamos a 192 metros de altura y a poco más de 1,200 kms de Buenos Aires.
Es que esta estación formaba parte del Ferrocarril General Roca que unía Plaza Constitución con San Carlos de Bariloche. Sobrevivió a todos los movimientos políticos, revoluciones, golpes de estado y privatizaciones; al paso del tiempo y a los saqueos de la cosa pública.
El andén conserva la campana original de bronce que para tocarla es necesario taparse bien los oídos ya que puede ser escuchada a kilómetros cuando se anuncia la partida del tren que, con dos frecuencias semanales, une la capital de Río Negro con Bariloche.
Una canilla, también de bronce, nos permite saborear el agua como en antaño y el salón de espera tiene la clásica ventanita inglesa donde se compran los pasajes. La oficina del jefe de estación conserva todavía los telégrafos, teléfonos a magneto y el “vía libre”, una máquina eléctrica inglesa que liberaba un mango de bronce cuando desde la otra estación se avisaba que la vía estaba libre de trenes. Así le daban al Jefe de Estación el visto bueno para autorizar la partida del tren.
La mesada, impecablemente lustrada y laqueada en negro, refleja los revestimientos internos de la construcción de estilo inglés hecho en pinotea. La parte exterior es de chapa, con las cuales se protegían los embarques de las locomotoras y repuestos que viajaban más de 14 mil kilómetros entre Londres y la Patagonia. El reloj original de la estación todavía funciona y nos muestra la hora exacta antes de partir rumbo a la estancia Sensoriel donde Nadine, una francesa muy simpática y mejor cocinera, prepara todos los mediodías unas recetas imperdibles para ser descubiertas por los integrantes de la excursión.
MATRAS Y COMIDA GOURMET A LA FRANCESA
Antes de dejar atrás Valcheta bien vale la pena visitar el mercado artesanal, ubicado en la entrada del pueblo frente a la oficina de turismo, donde unas señoras en sus años todavía tejen en telares lana virgen de oveja y chivo para convertir su esfuerzo en un producto llamado “matras”.
Una muestra de matras y ponchos originales junto a accesorios que van desde llaveros, cubremesas, chales y bufandas hasta abrigos y mantas hilados en lana
se exhiben en este mercado a muy buen precio atendido por las propias artesanas que gustan de mostrar su trabajo sin muchas palabras.
En una camioneta 4x4 de Desert Tracks comenzamos a recorrer el camino de ripio que nos lleva hacia Chipauquil, hogar de la mojarrita desnuda, una de las 99 especies endémicas de la Meseta de Somuncurá y a cuyos pies se encuentra el casco de la estancia Sensoriel, localizado junto al arroyo Valcheta está rodeado por una cortina desordenada de álamos que dan buena sombra, ideal para disfrutar a la hora de la sobremesa y pegarse un baño.
Apenas pasamos la tranquera Nadine nos recibe en un español con marcado acento francés, pero su simpatía permite disimular los errores gramáticos que quedarán para el olvido una vez que empezamos a probar sus manjares.
La casa rodeada por un jardin repleto de rosas y árboles fue reciclada con toque europeo y ahora propone pasar la noche en alguna de sus tres habitaciones decoradas en estilo asiático, marroquí e hindú. Los colores de las paredes, el olor a incienso y la decoración simple pero ingeniosa, muestra con calidez el nivel y buen gusto de esta joven francesa que decidió dejar su París natal por el desafío patagónico.
Vino de las bodega Canale, una picada original producida con sabores agridulces, agua para el guía y las explicaciones de cómo llegó a la Patagonia Nadine son solo el preludio de lo que vendrá para el almuerzo. Unos discos de vinil sirven de posa platos, las copas finas en forma de gota invitan a saborear mejor la calidad del merlot patagónico y el pan se corta a capricho de cada comensal sobre una panera improvisada con la corteza de árbol. Otra picada y ya viene la tarta de cebolla, un pollo al curry y a repetir hasta morir. Todos satisfechos y todo el grupo parece que se conociera desde hace años.
El postre es una torta sutil de duraznos frescos cocinados sobre una suave masa casera en la que se perfila una mezcla de crema de leche, huevos de campo batidos y algo de azúcar para despuntar los vicios gastronómicos. Delicioso manjar que cierra una espectacular excursión junto al arroyo para acompañar con café bien calentito e historias de vida que invitan a quedarse.
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